domingo, junio 19, 2011

En la vieja ciudad


Ese día el cielo estaba abarrotado de nubes grisáceas y el sol apenas iluminaba, la bruma era espesa y la brisa húmeda y fría. El adoquinado que zigzagueaba entre los callejones le daba un toque místico a la vieja ciudad. El día acertaba en su premonición, sentía cada uno de mis sentimientos y los reflejaba con increíble certeza. ¿Qué debe hacer un hombre cuando no le encuentra propósito y dirección a su vida? Hay algo, en algún lugar, pero no sé dónde, no sé cómo hallarlo ni como buscarlo, tampoco sé cómo recuperarlo si ese fuera el caso. Me detuve frente a una vieja estructura de la vieja ciudad que parecía abandonada y me deje caer en las escaleras de la entrada principal para descansar un poco, fue ahí cuando, dormitando no sé cuánto tiempo, la vida me pasó por delante paseándose al margen de la calle dejando cada temor y angustia a su paso por el adoquín. Hace algún tiempo atrás me encontraba al otro lado del globo, ya no era capaz de distinguir entre lo que quería, lo que necesitaba y lo que estaba esperando que sucediera. Fue ese día cuando todo comenzó tomar un rumbo diferente. Era un hermoso día de julio, caminaba por las veredas del Monte Yongmasan en una expedición que tenía como único propósito ahuyentar el caos que se apoderaba de mi vida en ese tiempo; dudas, culpas y argumentos que tenía que dejar en algún lugar del planeta pero fuera de mí. Desde lo alto se observaba toda la ciudad de Yongmasan y mucho más allá, era un espectáculo formidable, algo realmente espectacular. Al pasar de un extremo a otro sobre un puente colgante una ráfaga de viento sacudió con fuerza la fragilidad del tablado colgante, la mitad de mi cuerpo quedó suspendida fuera del puente, la otra quedo atorada a una milagrosa soga que detuvo una caída hacia un acantilado de considerable profundidad. Lo irónico de esa situación fue que no sentí miedo alguno al estar tan cerca de la muerte sino una profunda tristeza al saber que las personas a las que amo y por las cuales he esperado tanto tiempo no se enterarían de la tragedia sino al tiempo y tal vez a través de alguna llamada telefónica. Me encontraba ensimismado sobre la escalera de la vieja edificación cuando una niña que pasaba con su madre me regaló una sonrisa que yo le devolví con otra que llevaba más tristeza que alegría. En ese momento recordé que estuve un mes esperando algún tipo de comunicación de parte de la persona que amo y fue cuando comprendí que si llegara a caer por aquel acantilado de seguro tendría una muerte solitaria sin saber en el momento si alguien se acuerda de mí. Y así pasan los días esperando y esperanzado. Una lágrima rodó lentamente por mi mejilla y la sequé de inmediato con un borde de mi abrigo, me puse de pie y continué mi nostálgico recorrido por los callejones adoquinados hasta llegar a una catedral. Frente a la catedral se alzaba una enorme imagen de Cristo crucificado y entendí de inmediato el mensaje. Ciertamente moriré solo, tal vez suceda dentro de varios años o tal vez suceda la semana entrante, nadie puede predecir eso, pero todo apunta a que nadie estará ahí, seré solo yo. Todo por amar y no ser capaz de amar a nadie más. En la imagen que colgaba frente a mi vi la verdad y el entendimiento. Todo por amor. Esa es la respuesta, después de todo no queda nada después del amor y yo aún lo poseo. El también murió solo con el corazón lleno de amor. Mire la imagen por varios minutos y seguí mi camino con una sonrisa dibujada en los labios pues tal vez muera pronto o tal vez no, tal vez muera solo o tal vez recupere a mis dos amores, nadie sabe, lo cierto es que sin importar cuál sea el caso en mi corazón hay amor suficiente para una eternidad y si se muere con el amor guardado en el pecho de ninguna manera seria en vano. Solo o no lo importante es solo el amor.